viernes, 25 de mayo de 2012

Realidad hipotecada

Mientras mis oídos esquivan el soniquete pegadizo del himno culé, mis neuronas tratan de moldear los pensamientos que hacen cola desde hace mucho para poder salir. Hoy es la puesta de largo, así que me pongo cómoda delante de la pantalla. La noche acompaña. Está fresca y clara, ideal para atemperar el alma después de un día largo. Más que largo, difícil, porque volvemos a acostarnos sin trabajo y ya suman demasiados. Pero a la vez un día provechoso, pues las tertulias de sobremesa suelen dar mucho de sí.

Los males del bolsillo han dado paso a la esclavitud de la hipoteca, de cómo sus ataduras limitan cualquier plan de futuro. Maldita idiosincrasia española y ese afán loco por tener en propiedad una vivienda que a tantos jóvenes nos tiene insomnes. Cuánto nos queda que aprender de otras culturas... Los hipotecados suspiramos por una vida sin lastres, miramos atrás con nostalgia, soñamos con corregir nuestros pasos andados y nos ahogamos en la idea de cómo sería nuestro mundo ahora si hubiésemos escogido el camino del alquiler. Los hipotecados no vivimos, sobrevivimos. Ya no sólo nos castiga el tipo de interés variable ni el incesante paro, somos nosotros mismos quienes nos acosamos por cumplir con el banco. Y todo para qué. Para que todo nuestro esfuerzo traducido en euros vaya a parar a las manos de unos cuantos chupasangres mentirosos e ineptos.

Ahí está la otrora modélica Bankia, ahora apeada de la bolsa, temerosa de hundirse si el gobierno no actúa con premura. Aquí estamos nosotros. Deseosos de que reviente de una vez para que vean que alimentarse de las miserias de otros tiene su castigo. La debacle tampoco solventaría nuestros problemas, claro, pero posiblemente otro gallo cantaría para las generaciones venideras.

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